miércoles, diciembre 11, 2024
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Relato de una muerte anunciada

Relato de una muerte anunciada

Estamos aquí reunidos para despedir los restos de un buen amigo: Sentido Común.

Sentido Común vivió una larga vida, y murió al inicio del nuevo milenio.

Nadie supo realmente su edad, porque su certificado de nacimiento se perdió hace mucho tiempo por culpa de la burocracia.

Estamos aquí reunidos para despedir los restos de un buen amigo: Sentido Común. Sentido Común vivió una larga vida, y murió al inicio del nuevo milenio.

Nadie supo realmente su edad, porque su certificado de nacimiento se perdió hace mucho tiempo por culpa de la burocracia.

Sentido Común dedicó desinteresadamente su vida al servicio en las escuelas, hospitales, hogares, fábricas y oficinas, ayudando a la gente a hacer su trabajo sabiamente y sin fanfarrias.

Por décadas, reglas estúpidas y disposiciones sin sentido no lograron derrotarlo. Se le recordará siempre por habernos enseñado cosas tan simples y útiles como protegernos de la lluvia para no mojarnos, que el que madruga aprovecha mejor su día, y que la vida no siempre es justa.

Vivió según reglas económicas básicas (no gastes más de lo que ganas), estrategias de crianza confiables (los adultos son los que están a cargo, no los chicos) y sabiendo que ser el segundo en algo no es malo.

Veterano de la Revolución Industrial, la Revolución Tecnológica y la hiperinflación, Sentido Común sobrevivió a tendencias culturales y educacionales extremas como el anarquismo, el feminismo y la matemática moderna.

Pero su salud comenzó a fallar cuando fue infectado por el virus del individualismo. Durante los últimos años su sola voluntad no alcanzó para contrarrestar los ataques de la política, la cultura y la sociedad en general.

Miró con dolor cómo gente buena era subordinada a oportunistas y corruptos, como el gozar de derechos permitió vulnerarlos, como se puede agraviar amparado en la libertad de expresión.

Su salud continuó deteriorándose cuando se aceptó que el voto de un alumno valiera tanto como el de un profesor, que se liberara a asesinos por fallas técnicas durante su arresto, y que los derechos humanos sean solo de los victimarios, nunca de las víctimas.

Empeoró más aún cuando se dispuso que las escuelas deben pedir permiso a los padres para administrar una aspirina a su hijo, pero no pueden avisarle que su hija está embarazada o usando drogas.

Finalmente, Sentido Común perdió sus ganas de vivir cuando comprobó que los medios de comunicación sólo opinan, no informan, y que ser «veterano de guerra» sólo aplica a los conscriptos, nunca a suboficiales y oficiales que también enfrentaron las balas.

Cuando se enteró que poner bombas y matar por una ideología de izquierda es una forma de «protesta apasionada», en tanto combatir ese método es «represión indiscriminada de inocentes», su corazón no aguantó más.

Sentido Común fue precedido en la muerte por su padre y su madre, Verdad y Confianza; su esposa, Discreción, y sus hijas, Responsabilidad y Razón.

Lo sobreviven tres hermanastros: Derecho, Tolerancia y Queja.

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