Hay que romper las cadenas.
Las costumbres, los modales y en general la manera de pensar y de actuar se transmiten de padres a hijos, lo que nosotros les enseñemos a nuestros hijos, hoy es lo que van a hacer mañana y el ejemplo que les demos será determinante en las decisiones que ellos tomarán a lo largo de sus vidas.
Esto no es nada nuevo, lo sé; sin embargo, pienso que no nos ponemos a meditar sobre la trascendencia de este hecho.
Queremos que se acabe la corrupción, pero casi nadie estamos dispuestos a dejar de sobornar a las autoridades para que nos perdonen el exceso de velocidad o nos agilicen un trámite, y siempre nos justificamos para hacerlo.
Queremos una ciudad limpia, pero que la limpie el gobierno, ¿para qué pagamos impuestos?, nosotros seguimos tirando basura en la calle.
Queremos más seguridad, pero nos molestamos si nos detiene un retén para revisar nuestro automóvil, y no estamos dispuestos a cooperar con las instituciones que tratan de dar un hogar a los niños de la calle para que no se conviertan en nuestros futuros delincuentes.
Queremos formalidad, puntualidad y calidad en los servicios que recibimos cuando a veces nosotros somos informales, impuntuales y mal hechos.
Queremos que los demás respeten las leyes de tránsito, pero cuando tenemos mucha prisa nos pasamos el alto.
Esta idiosincrasia que tenemos de exigir mucho y dar poco se transmite de padres a hijos y si queremos algún día ser un país de primer mundo tendremos que enseñar a nuestros hijos con el ejemplo, dar mucho para poder exigir.
REFLEXIONES DIARIAS
- Lección samurái
- El destino (Fácil y difícil)
- Los hombres también florecen
- Hoy es un buen día para empezar
- Los instantes perdidos son irrecuperables.