Horror en la Carretera: El Terror de los Golpes Mortales
La noche caía pesada sobre la carretera desierta, donde el coche averiado yacía como una presa indefensa en la oscuridad. Dentro, dos niños, Tomás y Sofía, aguardaban con ansiedad mientras sus padres partían en busca de ayuda. Para distraerlos, dejaron la radio encendida, pero el aire pronto se cargó de una tensión palpable.
La voz del locutor se desvaneció en un susurro preocupante cuando la noticia se propagó como una sombra fría por el habitáculo: un peligroso asesino se había fugado de una prisión cercana. Los niños, demasiado jóvenes para entender completamente la gravedad de la situación, sintieron un escalofrío al pensar en la noche que se cernía sobre ellos.
Las horas se deslizaron como arena entre los dedos de un reloj sin dueño, y las sombras se alargaron hasta convertir la carretera en un túnel sombrío. Los pequeños aguardaban, anhelando el regreso de sus padres, pero la inquietud los carcomía lentamente.
Entonces, un sonido irrumpió en el silencio nocturno: «poc, poc, poc». Al principio, parecía un eco distante, pero pronto los golpes se intensificaron, como un latido ominoso que resonaba en sus corazones acelerados. Los niños se miraron, sus ojos reflejando un miedo primordial que solo los niños pueden conocer.
El mayor, Tomás, se acercó a la ventana y, con temor en la mirada, se asomó hacia arriba. Lo que vio se grabó en su mente para siempre: un hombre corpulento, apenas visible en la oscuridad, golpeaba el techo del coche con algo pesado. Un horror indescriptible se apoderó de él cuando reconoció lo que sostenía en sus manos: eran las cabezas de sus padres.
El terror les arrebató la cordura. Sin pensar, abrieron la puerta y corrieron hacia la negrura de la noche, el corazón latiendo con fuerza en sus pechos asustados. Cada paso resonaba en el vacío, acompañado por el sonido perturbador de los golpes sobre el coche, que resonaban como un siniestro compás en su mente.
El bosque cercano los envolvió en sus brazos de sombras, los árboles susurraban secretos oscuros mientras los niños se adentraban en la oscuridad. Sofía sollozaba en silencio, aferrada a la mano de su hermano mayor, quien luchaba por mantener la compostura frente a la atrocidad que habían presenciado.
La noche se convirtió en un laberinto de miedos y sombras mientras los pequeños continuaban corriendo, buscando desesperadamente un refugio. La luna, oculta entre nubes amenazantes, arrojaba destellos fugaces sobre la maleza retorcida, como ojos que los observaban desde lo alto.
Cuando el amanecer finalmente rompió el velo nocturno, los niños fueron encontrados por una patrulla que peinaba la zona en busca del fugitivo. Sin palabras, Tomás señaló en dirección al coche, pero cuando las autoridades llegaron al lugar, solo encontraron el vehículo vacío y los indicios de una macabra visita.
Con el tiempo, la historia de los niños que sobrevivieron a una noche de terror se convirtió en leyenda. Se decía que la carretera estaba maldita, un lugar donde las sombras cobraban vida y los susurros del pasado resonaban entre los árboles. Para Tomás y Sofía, fue un trauma que marcó sus vidas para siempre, una pesadilla que no podían olvidar, incluso en la luz del día.
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