La vida es como una importante carrera de bicicletas cuya meta es cumplir con la “Leyenda Personal”.
En la largada, estamos juntos compartiendo camaradería y entusiasmo. Pero, a medida que la carrera se desenvuelve, la alegría inicial cede su lugar a los verdaderos desafíos; el cansancio, la monotonía, las dudas sobre la propia capacidad.
Reparamos en que algunos desistieron del desafío: todavía están corriendo, pero nada más que porque no pueden parar en el medio de una calle.
Ellos son numerosos, pedalean al lado del auto de apoyo, conversan entre sí y cumplen una obligación.
Terminamos por distanciarnos y, entonces, nos vemos forzados a enfrentar la soledad y las sorpresas, tales como las curvas desconocidas o los problemas con la bicicleta.
Y, al cabo de algún tiempo, comenzamos a preguntarnos si vale la pena tanto esfuerzo. Vale la pena.
Se trata de no desistir. Suceda lo que suceda en tu vida, no desistas, sigue avanzando, nunca bajes los brazos, siempre en alguna curva encontrarás el sol de nuevo y sentirás tus piernas fuertes y con ganas de seguir andando.
El dolor pasa y lo más importante es seguir y retener entre los brazos lo mejor de la vida, y volver a abrirlos con la esperanza de saber que en el camino no hay solo piedras, también hay rosas que están esperando que nos maravillemos ante su presencia.
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